sábado, 19 de julio de 2025

La gesta de Pedro Guerrero, el sargento de la Guardia Civil que humilló a la ETA

 Grandes gestas de la historia







María Fidalgo Casares


Hace apenas unos días fallecía en León el sargento retirado Pedro Guerrero Arias. Era ya un nonagenario y ningún medio recogió su muerte, pero años atrás había protagonizado un sonado capítulo. Uno más en la secuencia de los luctuosos acontecimientos que se vivieron en la España de los años de plomo.

La extorsión –pero sobre todo el secuestro– fue durante dos décadas la principal fuente de financiación de la banda terrorista ETA. Otrora fue conocida como La Eta, aunque tal vez para descafeinarla los medios hoy le hayan quitado el artículo. El colectivo empresarial fue en este campo su principal blanco y como consecuencia, casi cuarenta empresarios fueron asesinados y cincuenta secuestrados.


Una larga lista de nombres resonaba entonces en los telediarios blanquinegros. Desde el primer industrial asesinado, el director de «Sigma», Angel Berazadi, en 1976, al último, Ignacio Uría, de Altuna y Uría, constructora del tren de alta velocidad, en 2008.


Entre estas dos fechas Javier Ybarra, del Banco de Vizcaya, que fue asesinado tras su secuestro (1977); José Luis Legasa, quien se negó a pagar el impuesto revolucionario (1978), José Edmundo Casan, subdelegado de Ferrovial (1991), José Antonio Santamaría (1993), copropietario de una discoteca y exjugador de la Real Sociedad, José Manuel Olarte (1994), el empresario de la construcción Isidro Usabiaga (1996) que ya había pagado 10 millones o José María Corta, presidente de la patronal Adegi.

En la extensa lista de secuestrados estuvieron el propietario de los helados Avidesa, Luis Suñer, Javier Artiach, presidente de la fábrica de galletas, José Lipperheide, Diego Prado y Colón de Carvajal, Juan Pedro Guzmán, Lucio Aguinagalde, Adolfo Villoslada, Julio Iglesias Zamora, Emiliano Revilla de los famosos embutidos, liberado tras el supuesto pago de 1.500 millones de pesetas y 249 días de cautiverio. José María Aldaya, que casi llegó al año de secuestro el más largo de los sufridos por empresarios. Y el último secuestrado sería Cosme Delclaux, liberado en julio de 1997.

Saturnino Orbegozo

ETA político militar era una de las ramas escindida de la banda terrorista. De extrema izquierda, anteponía al nacionalismo su componente radical comunista y exhibía una extrema crueldad. Había inaugurado el secuestro a los empresarios y entre otros de sus items estaba el tener como objetivo a los políticos de la UCD como Cisneros o Rupérez. Necesitaba recaudar fondos, y el Comité Ejecutivo del que formaba parte el hoy diputado Arnaldo Otegi ordenaba secuestrar a un empresario vasco. Se trataba de Saturnino Orbegozo Izaguirre.

Saturnino Orbegozo, tal vez por su cabello blanco y su mala salud ya que había sufrido dos infartos, revisando la prensa de la época se dirigen a él como el «anciano empresario» aunque solo tenía 69 años. Era un industrial siderúrgico y propietario de una conocidísima marca de electrodomésticos que incluían unas famosas cocinas de hierro que tenía media España de la posguerra. Sabía que estaba en el punto de mira de la banda desde hacía tiempo, como tantos otros empresarios españoles. Pese a ello, no había variado sus costumbres y aquella mañana del 14 de Noviembre de 1982, como siempre hacía, asistía a misa de once en Zumárraga.

El secuestro

El secuestro de Orbegozo se produjo cuando se disponía a arrancar el coche para volver a casa. Dos desconocidos le abordaban y capturaban a punta de pistola. Condujeron su coche hacia Beasáin donde otros dos terroristas les esperaban: Ignacio Odriozola y Elena Bárcenas, conocida como «la tigresa». Allí cambiaron de coche y con los ojos vendados lo llevaron al lugar donde sería custodiado en su cautiverio: una cabaña de pastores en la falda norte de un pequeño monte a 500 metros de Donamaría, en la comarca navarra del Alto Bidasoa.

¿Se había negado a pagar el impuesto revolucionario a la banda? Lo desconocemos. Y es que no era la primera vez que intentaban secuestrar a un Orbegozo. Su hermano Faustino y su propio hijo Juan María habían sufrido intentos fallidos. Pero esta vez los terroristas lo habían conseguido.

Esa misma noche del secuestro, en una llamada anónima a un periódico guipuzcoano, ETA pm VIII Asamblea reivindicaba la autoría del hecho y pedía la liberación de varios etarras. Pero pronto, el comunicado fue desmentido y se confirmó que el móvil era puramente económico. A cambio de su vida, debían entregar 100 millones antes del 31 de diciembre.

Conversaciones infructuosas

Comenzaron las conversaciones con la familia, que movilizaba al mundo empresarial de su entorno para que les ayudara a pagar un rescate que escapaba de lejos sus posibilidades. Pero ni vendiendo todo lo posible alcanzaban a reunir más de 80 millonesJuan Félix Eriz, fue el elegido por los terroristas como mediador en el secuestro e intentaba negociar ajustando la cantidad con los terroristas que contestaban que los 80 millones les parecían «solo calderilla» y en un alarde de despotismo aumentaron la cifra a 200. Las gestiones resultaron infructuosas. A falta de noticias concretas, en las especulaciones gravitaban negros presagios. Poco después se confirmaba: todo diálogo estaba roto.

Liberación de Saturnino Orbegozo

Liberación de Saturnino Orbegozo

El zulo y el fin del plazo

Saturnino llevaba 46 días secuestrado en condiciones infrahumanas. El zulo bajo tierra apenas superaba el metro de altura, lo que le obligaba a estar agachado. Faltaba un día para fin de año, aunque él había perdido la noción del tiempo.

Esa mañana en un primer momento pensó que había tenido suerte. Lluvias torrenciales habían inundado el zulo y por ello, le habían dejado salir para desayunar. Pero algo le indicó que su vida iba a llegar a su fin. Los dos secuestradores, siempre encapuchados, le mostraban sus rostros con naturalidad, sin importarles que les pudiera identificar. Malo. Y es que el 31 de diciembre, fin de año de 1982, acababa el plazo estipulado, y ETA-pm VIII Asamblea, ya había decidido: ese día sería el último día de Orbegozo y lo «ajusticiarían».

Para ellos no era demasiado problema. Habían invertido recursos, pero les compensaría por el pelotazo publicitario de mandar un mensaje gráfico y contundente a aquellos que no pagaban el impuesto revolucionario. Y nada menos que se difundiría en fin de año con la sensibilidad navideña a flor de piel y con todas las familias frente a los televisores.

La oportuna llamada

Mientras eso sucedía, el sargento de la Guardia Civil Pedro Guerrero Arias, cuarentón, mediana estatura e incipiente calvicie, estaba destinado como Comandante de Puesto de en Santesteban. Había salido a tomar un café y despedir a un compañero que se trasladaba a otra comandancia. Justo el día anterior habían acribillado a tiros en Irún a dos guar


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