La clave será qué hará Sánchez cuando no dependa tanto de sus socios tras aprobar los PGE.
Javier Ayuso
Desde que creó la coalición Unidas Podemos, ERC y EH Bildu, Pablo Iglesias ha iniciado una frenética actividad pública para intentar mostrar su poder a sus socios de Gobierno y a todos los españoles. El líder de la formación morada ha contrarrestado sus meses de irrelevancia como vicepresidente segundo del Gobierno, con un sinfín de intervenciones y propuestas con un objetivo claro: demostrar que el tridente Iglesias-Rufián-Otegi va a por todas, y que los votos favorables al proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado para 2021 no son un fin en sí mismo, sino el principio de un proceso que pretende poner España patas arriba.
La clave, en estos momentos, es saber cuál será la respuesta del presidente del Gobierno a partir de enero, cuando estén vigentes los Presupuestos y no dependa tanto de los votos de las fuerzas centrífugas de la izquierda radical y del independentismo vasco y catalán. La preocupación crece entre algunos de los barones más destacados del PSOE e incluso dentro del Consejo de Ministros. Si Pedro Sánchez no es capaz de frenar esa inercia destructiva de lo que los secesionistas han dado en llamar "el régimen del 78", se puede entrar en una deriva muy peligrosa para la estabilidad de las instituciones españolas.
Iglesias navega hoy entre el poder y el contrapoder, entre el sistema y el antisistema. Utiliza su tarjeta de vicepresidente para plantear propuestas políticas y reformas legales especialmente radicales y luego presume en los programas de televisión de que está arrastrando a Sánchez hacia la izquierda real y que aunque haya desacuerdos entre ellos, lo acaban arreglando en sus reuniones semanales. Y no le falta razón porque, de entrada, ha impedido que los socialistas lleguen a acuerdos transversales con otras fuerzas, como Ciudadanos.
Tras sus incursiones en la política exterior, la economía y la Justicia, que están causando serios problemas con Marruecos y con Bruselas, el líder de Podemos está ahora dando cancha a sus amigos independentistas. Nunca ha ocultado su defensa del derecho de autodeterminación (negado por los socialistas y, sobre todo, por la Constitución Española), pero ahora está dando pasos de gigante para sacar de prisión a los políticos catalanes condenados por sedición (entre otros delitos), antes de las elecciones al Parlamento Catalán del 14 de febrero; incluso antes de Navidad, si es posible.
Para ello, el líder de la formación morada juega una doble baza: presionar a Sánchez para indultar a los presos del procés lo antes posible y plantear una reforma exprés del Código Penal para modificar el delito de sedición por el que están condenados los líderes catalanes. El objetivo es que salgan de prisión cuanto antes y capitalizar él mismo la medida. Piensa que si lo consigue evitará en Cataluña la debacle electoral que sufrió meses atrás en el País Vasco y Galicia.
Su última ocurrencia es pedir que la sedición no sea delito sin el uso de armas. Una propuesta especialmente disparatada, porque la modificación del artículo 544 del vigente Código Penal, abriría las puertas al incumplimiento de las leyes y de las resoluciones judiciales a todo el que lo desee, siempre que no lo haga con una pistola en la mano. Con la experiencia de la historia reciente y la propia filosofía de los grupos más radicales, la reforma supondría una llamada a la insurrección y la desobediencia de unas fuerzas independentistas que siguen presumiendo de sus acciones pasadas y afirmando que lo volverían a hacer.
Respecto al País Vasco, Iglesias ha optado por dar alas a EH Bildu para que crezca a costa del PNV, un partido que ha ejercido de comodín en Madrid, tanto con el PSOE como con el PP, y que ya empieza a mostrar su hartazgo ante la actitud de Unidas Podemos. En los recientes comicios vascos, el intento de Iglesias de formar un tripartito con el PSPV y los abertzales fracasó por las propias matemáticas electorales. Pero Iglesias sigue pensando que el futuro de su partido depende de extender su poder en Cataluña y el País Vasco; algo realmente complicado, salvo que se sume a la deriva independentista mayoritaria en ambos territorios.
Por eso no ha habido respuesta, ni de Podemos ni de los socialistas, a la provocación de ayer mismo de los líderes de EH Bildu de avanzar hacia una república federal vasca, que incluya las tres provincias vascas y Navarra. Cuando los secesionistas plantean esa jugada son conscientes de que la propia Constitución recoge en una disposición adicional la posibilidad de que los navarros voten su anexión al País Vasco.
Todo este cúmulo de actuaciones de un Pablo Iglesias radicalizado y crecido hacen pensar que en los próximos meses la formación morada planteará una ofensiva en toda regla para iniciar un proceso constituyente en España. Siempre ha estado en su agenda de tomar los cielos y ahora que forma parte de un gobierno débil piensa que puede ser el momento de dar el golpe definitivo a una Constitución y unas instituciones (incluida la Monarquía) en la que nunca ha creído.
El problema para Iglesias (y para Sánchez si se deja llevar por el fervor rupturista, cosa que me cuesta creer) es que las condiciones para una reforma constitucional exigen unas mayorías que
leer mas
No hay comentarios:
Publicar un comentario